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El pontificado de Pío XII (1939-1958) estuvo marcado por difíciles y dramáticas circunstancias externas, tales como la Segunda Guerra Mundial y los inicios de la Guerra Fría, la amenaza nacionalsocialista y comunista y un Occidente en crisis espiritual. En medio de este panorama, el Papa encomendó la causa de la Iglesia y de la humanidad a la Virgen María y promovió intensamente la devoción y los estudios marianos. Fiel a ella desde niño, le dedicó numerosos documentos y la honró con la definición del dogma de su Asunción gloriosa y la institución de la fiesta de su Realeza, además de hablar con cierta profusión de sus otros misterios y privilegios y de proponerla como modelo en todos los ámbitos eclesiales y sociales. Su doctrina mariológica revela al teólogo, al pastor, al devoto y al siervo de Dios que fue indudablemente Pío XII.