MANGLANO CASTELLARY, JOSÉ PEDRO
La inocencia resulta a muchos propia de la persona bonsai que jamás ha
traspasado las opacas paredes de plástico del invernadero de su mundo
ideal; la inocencia les suena a estúpida inconsciencia más propia de la
inmadurez soñadora que de la persona que pisa tierra. Y es que, estamos
más cómodos y tantas veces nos parece que es la única manera de
sobrevivir moviéndonos en dinámicas obsesivas de control y seguridad, en
el cinismo de un buenismo manipulador.
Tanta candidez molesta porque «la palabra más terrible que haya sido
pronunciada contra nuestro tiempo es quizá ésta: Hemos perdido la
ingenuidad», sentencia Lecrerc. Al perder la inocencia, el hombre ha
perdido también el secreto de la felicidad. Toda su ciencia y todas sus
técnicas le dejan inquieto y solo. Solo ante cada misterio que acompaña la
vida, que no son pocos.