La Segunda Guerra Mundial perdura en la imaginación popular como la lucha heroica entre el bien y el mal, con el villano Hitler como máximo impulsor de la guerra. Pero este no estaba en el poder cuando el conflicto estalló en Asia, y había muerto antes de que terminara. Su ejército no luchó en múltiples escenarios, su imperio no abarcó el continente euroasiático, y no heredó ningún botín de guerra. El papel principal lo desempeñó Josef Stalin. La Segunda Guerra Mundial no fue la guerra de Hitler; fue la guerra de Stalin.
Basándose en nuevas y ambiciosas investigaciones de archivos soviéticos, europeos y estadounidenses, La guerra de Stalin revoluciona nuestra comprensión de este conflicto global. La ambición genocida de Hitler pudo ayudar a desatar el Armagedon, pero como muestra McMeekin, la guerra que surgió en septiembre de 1939 no fue lo que quería Hitler, sino Stalin.
McMeekin revela hasta qué punto el comunismo soviético fue rescatado por los movimientos autodestructivos de Estados Unidos e Inglaterra, que aceptaron ciegamente todas las demandas soviéticas. La máquina de guerra de Stalin, como nos muestra el autor, dependía sustancialmente del material americano: desde aviones de combate, tanques, combustible, munición y explosivos, hasta medios tecnológicos y productos alimentarios que sustentaban al Ejército Rojo.
Esta generosidad americana no correspondida, permitió a los ejércitos de Stalin conquistar la mayor parte de Eurasia, desde Berlín hasta Pekín, para el Comunismo.