Tras casi 20 años viviendo fuera de EE.UU., en 1832 Irving regresó a casa,
pero volvió a embarcarse en un viaje. En plenas guerras indias, se incorporó
a una expedición de los rangers más allá de la frontera jamás pisada por el
hombre blanco, en los territorios de caza de los guerreros pawnis. A medio
camino entre la novela de aventuras, la crónica de viaje y el dietario del naturalista,
Irving relata las peripecias de su periplo, al tiempo que da cuenta de la
belleza primigenia y la majestuosidad de los paisajes. Pocos escritores habían
descrito aquellas inmensidades pobladas por osos, lobos, búfalos o pumas. Y
ninguno había defendido el modelo de «vida salvaje» de los nativos, en armonía
con una naturaleza igualmente indómita, y en clara oposición al empuje
imperialista de Washington.