El verdadero desafío, en los comienzos del siglo XXI, es el de la educación. Para que el acto de educar sea posible son necesarias tres condiciones: la confianza en que el joven es educable, la capacidad de trabajar en dinámica de proyecto y la capacidad para establecer una relación con el joven. La espiritualidad cristiana conduce a vivir este acto educativo en la trilogía constitutiva del proceso cristiano, la de creer, esperar y amar.