Llegar y ponerse de rodillas. Fijar la mirada en un Pan blanco elevado sobre
el altar. Y permanecer así, adorando... ¿Para qué? ¿Qué sentido tiene? ¿No
sería más útil emplear nuestro tiempo y nuestras fuerzas en ayudar a alguien
que nos necesite? En estas páginas, Romano Guardini profundiza en este
misterio. Sin despegar su mirada de la Escritura, nos va introduciendo en el
sentido de esta «práctica» en la que afirmamos la mayor verdad que puede
expresar el hombre. «La adoración es el fundamento, el soporte, la bóveda,
la esencia de la verdad: que Dios es Dios y el hombre es hombre», hasta el
punto de poder afirmar que «de algún modo, todo depende de si en nuestra
vida hay adoración o no la hay».