Desde la caída de las torres gemelas hasta la invasión de Ucrania, pasando por las aventuras militares en Oriente y las contiendas olvidadas de África, el siglo XXI aparece como una época de guerras. Su sombra amenazadora se proyecta a las puertas de Europa. Es también un tiempo llamado a ser testigo de profundas convulsiones en el seno de todas las naciones. Tras décadas de globalización neoliberal, el semblante de nuestras sociedades y su entorno han experimentado grandes cambios. Las desigualdades entre ricos y pobres alcanzan proporciones nunca vistas. La crisis climática es ya una realidad insoslayable. Y una nueva disputa por la hegemonía del mercado mundial está en marcha, enfrentando el declinante poderío americano a la ambición emergente de China. Pero, ¿será éste asimismo un siglo de revoluciones?, ¿un período de transformaciones progresistas, orientadas a rebasar el capitalismo y sus contradicciones congénitas? Hoy por hoy, semejante hipótesis puede antojarse una quimera. De desregulaciones a crisis, el neoliberalismo ha dejado tras de sí un desolado paisaje. Los movimientos populistas asedian