La teología de la esperanza y la teología de la liberación tienen raíces comunes: ambas reflexionan críticamente sobre unas sociedades en las que es preciso ofrecer signos de vida en medio de incontables peligros de muerte. La pasión del mundo es una invitación que Dios nos hace, hoy y siempre, a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, a hacer de sus dolores nuestro propio dolor. Sólo así podrá romperse el ciclo de muerte y de opresión que atormenta a una humanidad marcada por la explotación salvaje de la creación.