San Agustín decía que «nadie ama lo desconocido». Por eso, es de ilusos pensar que las relaciones entre extraños se convertirán en cordiales por arte de magia, sin que las dos partes hagan primero el esfuerzo de conocerse. Es un primer paso imprescindible. Con él, evitaremos por un lado lo que Jacques Maritain llamó el babelismo: «La voz que cada uno pronuncia no es nada más que un ruido para sus compañeros de viaje». Y, más importante aún, conocernos nos abrirá la posibilidad de minimizar el riesgo de que las diferencias se transformen en discrepancias y las discrepancias se conviertan en disputas. Jean Guitton, a propósito de esto, decía que «las relaciones de hostilidad comienzan en cuanto dejamos de considerar a los demás como únicos, [à] porque para amar hace falta primero haber conocido».