«Cuando estaba intentando ayudar a la gente de Bosnia me enamoré de la
caridad. Me cautivó. Ver cómo actuaban quienes la practicaban me hizo
desear ser mejor persona. Desde entonces he seguido ese camino y me
pregunto si me habré acercado más a mi destino. A pesar de todos los años
que llevo matriculado en esta escuela de la caridad, sigo siendo un novato.
Pero persisto, con el convencimiento de que Dios ama a los que se
esfuerzan y de que la caridad está al alcance de todos». En una aldea de
Malawi, mientras el amanecer despuntaba, formulamos nuestra pregunta
clave a las mujeres que se habían ofrecido como voluntarias para preparar la
comida de los niños de esa escuela: «¿Por qué hacéis esto?». Una mujer
delgada y con una tímida sonrisa se aclaró la garganta y respondió en voz
baja: «Porque lo llevamos en el corazón». Sin que se diera cuenta, su
sonrisa fue creciendo como el sol que nacía en ese momento justo detrás de
ella.