ARANGUREN GONZALO, LUIS ALFONSO
Vivimos en una sociedad envejecida en el marco de unas instituciones ya
muy gastadas, también la religiosa. Y esto acontece en el tránsito de un cambio
epocal de enorme relevancia. Transitamos entre un mundo viejo que se agota y
un mundo nuevo que no acaba de emerger pero que ya asoma, y ha de hacerlo
desde el cuidado de la vida.
El impacto de la pandemia del covid, por otra parte, hace quizá más necesaria
en estos momentos una reflexión cuidadosa y realista sobre cómo nos
acercamos a la realidad frágil de las personas mayores en un mundo frágil. El
papa Francisco alerta de que necesitamos una nueva visión, un nuevo paradigma
que permita a la sociedad cuidar de los ancianos.
Esta reflexión camina en la dirección del cuidado como sustantivo que articula
un nuevo paradigma de comprensión del ser humano y de intervención sobre la
realidad para transformarla. Es preciso, por una parte, desenmascarar la moda del
cuidado que en estos tiempos se nos ofrece como señuelo para todo tipo de acción
con los mayores, y por otro lado necesitamos anclar el cuidado como eje que
articula los vínculos de atención y responsabilidad con uno mismo, con los demás
y con la creación.
Nos hallamos ante un escrito vinculado a la Fuente del cuidado, al abrazo de
Dios. En esa fuente se produce un diálogo entre el yo actual que me ha conducido
hasta aquí y el yo que emerge, un yo humilde que me aproxima a mi más
alta posibilidad de realización como persona y como creyente, en la última etapa
de la vida, cuando pongo lo esencial en el centro y he dejado ir todo lo prescindible.
Conversar entre el yo actual y el yo futuro forma parte de lo esencial de la
vida en este momento.