En el origen de las enconadas controversias sobre la infalibilidad
papal, O´Malley rescata al principal impulsor de la
definición de la doctrina, el arzobispo Henry Manning, y a
lord Acton, su brillante antagonista en el bando contrario.
Relevancia de dos personajes eclipsada por el papa Pío
IX, cuyo celo por la definición fue tan intenso que suscitó
dudas sobre la legitimidad misma del Concilio. En la
disputa se inmiscuyeron políticos como Gladstone y Bismarck.
La creciente tensión en el Concilio se desplegó
en el seno de un drama más amplio: el de la ocupación
de los Estados Pontificios por las fuerzas italianas y su
consecuencia aparentemente inevitable: la conquista de
la propia Roma. En gran medida como resultado del Concilio
y en su estela, la Iglesia católica pasó a estar más
centrada en el papa que nunca.