El mar eleva y renueva. Llena. Su simple contemplación descansa, relaja, conforta, nos serena. Todo lo que le rodea logra transmitir una curiosa sensación de libertad y plenitud, de paz y misterio. Pero ¿de qué misterio se trata? Pienso que se trata de esto: en el mar me encuentro a mí mismo y muy fácilmente con Dios. Me siento querido.
Este ejercicio de contemplación intenta plasmar ese mar que todos, en mayor o menor medida, llevamos dentro y contar por qué, en él, nos sentimos a veces como en la antesala del cielo. Dos olas se dan cita a lo largo de este ejercicio: el amor de Dios y el amor al mar.