Si aquella mañana no hubiera llovido,si Theodore y su madre hubieran llevado paraguas, si, si, si... quizá no hubieran buscado refugio de una tormenta en el museo Metropolitan de Nueva York. Allí estaban, contemplando una exposición de maestros de la época dorada del arte holandés, cuando de pronto estalló una bomba y Theodore se encontró de repente solo y rodeado de un montón de escombros. Buscando la salida, el chico, que acaba de cumplir trece años, se topa con un visitante que estaba contemplando la misma exposición acompañado de una chiquilla hermosa. El hombre muere delante de los ojos Theodore, pero antes le entrega un anillo, pidiendo que lo devuelva a un tal Hobie, dueño de una tienda de antigüedades. Theo abandona el museo, llevando consigo el anillo y algo más: una pequeña tabla del siglo XVIII del pintor Carel Fabritius, titulada El jilguero. Una obra de arte, que desde sus cuatrocientos años de antigüedad aún puede cambiar la vida de un hombre del siglo XXI.