La introducción de cambios culturales drásticos en la Iglesia, en sus
pastores, en los creyentes y especialmente en las familias, célula de la
sociedad y pequeña Iglesia doméstica, se hace cada vez más necesario
para la nueva evangelización, para la adoración en Espíritu y Verdad, para la
formación adecuada de todos los fieles, para el servicio a la sociedad. En el
corazón de ese cambio social y eclesial está el más difícil de todos: el logro
de una cultura de confianza y de responsabilidad, desarrollando un fuerte
liderazgo a todos los niveles de la Iglesia, desde el Santo Padre hasta el
último fiel, que permita la evangelización y la propuesta de la vida cristiana
como una vida plena. Como creyentes, nos insertamos en un discipulado
misionero, hijos del Padre, templos del Espíritu Santo, pertenecientes a la
comunidad eclesial. La clave fundamental para vivir todo esto en plenitud
está en formar parte de pequeñas comunidades de vida cristiana intensa y
verdadera. La primera comunidad es la familia. Se apuntan varias pistas
prácticas creativas que pueden ser llevadas a cabo en las familias y en las
comunidades, para que todo esto sea una realidad.