Atrapados en la cultura del divertimento, el autor nos invita a hacernos
algunas preguntas sobre una realidad que adquiere especial protagonismo
en tiempos de pandemia global: ¿En qué medida permanecemos ciegos
a los sufrimientos de nuestros hermanos y hermanas? ¿Qué dinamismos
sociales activamos para aprojimarnos a los tirados en las cunetas de nuestro
mundo? Lo resumimos en tres apartados básicos:
El primero nos lleva de la mano al lugar adecuado para pensar la realidad:
al Dios misericordia hay que pensarlo y vivirlo desde los márgenes
de nuestra historia. Para los cristianos la injusticia es el lugar para pensar
y pensarnos.
En segundo lugar, aborda la vulnerabilidad de lo humano y la vulnerabilidad
social a la que están condenados muchos humanos. La condición
humana es vulnerable y frágil pero esta vulnerabilidad se vive de manera
brutalmente desigual.
En tercer lugar, nos pone ante las diversas constelaciones significativas
de la misericordia. La misericordia cristiana no es mero sentimentalismo
emotivo asistencialista; es también compromiso estructural, político,
social y religioso.
Si nos atenemos a la situación que padecen millones de personas; si ponemos
atención a los silencios cómplices de nuestros políticos; si analizamos
la desmovilización ciudadana frente a tanta barbarie cotidiana; es indudable
que no podemos más que exclamar: ¡vivimos en un mundo inmisericorde! Y,
como en la parábola del samaritano, la mayoría pasamos de largo.
Estamos ante un texto que a nadie deja indiferente y que p