Más de una vez me han pedido o aconsejado que continuara las
primitivas Cartas del diablo a su sobrino. Sin embargo, durante
muchos años no he sentido la menor inclinación a hacerlo (
).
Aunque fue fácil retorcer la propia mente para penetrar en la actitud
diabólica, no supuso diversión hacerlo, o al menos durante mucho
tiempo. El esfuerzo producía una especie de calambre espiritual. El
mundo en el que debía proyectarme mientras hablaba a través del
diablo era basura, cascajo, sed y sarna. Fue preciso excluir todo
vestigio de belleza, frescura y genialidad.