MANGLANO CASTELLARY, JOSÉ PEDRO
En frecuentes ocasiones, me he encontrado con personas que afirman que
han decidido a entregarse a Dios a pesar de tener que renunciar a tantas
cosas, para cumplir su vocación, para ganar el cielo, o para lo que fuese: el
precio a pagar era alto, pero tenían que hacerlo. La música que acompaña a
estas palabras suena, al mismo tiempo, a resignación y a sensación de
heroismo. Ante tales actitudes, no puedo evitar sentir tristeza: así no se
sigue a nuestro Maestro. Tal vez estas conversaciones hayan sido uno de
los motivos por los que me he lanzado a escribir estas páginas. ¿No
estaremos ofreciendo un cristianismo pereza por albergar en nuestro
corazón un fondo de resignación? Si somos sinceros, ¿no puede ocultar esta
actitud un fondo de envidia de las libertades que gozan los mundanos? ¿no
se esconderán en el alma algunos miedos secretos que nos
empequeñecen? Podemos seguir a Cristo con la mejor de nuestras
intenciones y al mismo tiempo ser unos pobres hombres mermados por
miedo a la vida, a la libertad, al mundo, al placer, al disfrute. Necesitamos
aprender a mirar al Crucificado. Es urgente aprender a mirarle.