Cada año, a finales de mayo o primeros de junio, sesenta
días transcurridos tras el Domingo de
Resurrección, la ciudad nazarita se pone más bella que
nunca, que ya es difícil. Se engalana con sus
mejores trajes. Se colocan toldos de arpillera. Se cuelgan
luces de múltiples colores y distintas siluetas
geométricas que recordarán al ciudadano de a pie que
los días mayores de la ciudad se aproximan.
Se presenta un cartel oficial con toda la programación
de las fiestas. Gallardetes, banderines,
flámulas, oriflamas y grímpolas aumentan la tonalidad
de la ciudad con su variada gama de alegría y
vistosidad.