Edith Stein fue deportada a Auschwitz por ser judía, pero también por ser católica, pillada en una redada de judíos católicos en represalia por la lectura de una carta pastoral de los obispos holandeses. Pero Edith Stein muere en solidaridad con su pueblo. No reniega de él. Como no renegó de su alma alemana. Hitler la privó de esta doble pertenencia: de su nacionalidad ale-mana, convirtiéndola en una paria en el mundo, y de su pertenencia al pueblo judío, asesinada por razón de la raza. Por el hecho de convertirse al catolicismo, Edith Stein no renunció a su judaísmo. Su bautismo a sus 31 años no fue ninguna ruptura, muchos años antes había perdido el horizonte de una piedad judía. Cuando llegue Hitler al poder, reafirma su pertenencia judía como cuestión exis-tencial y no dudará en escribir una carta a Pío XI profetizando lo que habría de ocurrir a su gente y también al pueblo cristiano. Edith Stein se presenta al papa como "hija del pueblo judío" y como "hija de la Iglesia católica".