Pocas realidades son tan familiares a los seres humanos como el tiempo, pero pocas tan difíciles de definir y entender.
Si uno se aproxima desde la ciencia, sea esta física o matemática, el método para comprender el tiempo es medirlo espacialmente con vistas a formular una teoría universal que integre la multiplicidad de tiempos. Si el acercamiento se hace desde la filosofía, el tiempo real es el que cada persona vive interiormente, de modo que su duración queda destruida cuando se intenta medirlo. De hecho, el tiempo vivido integra en el instante presente la memoria del pasado y las expectativas del futuro que tiene cada individuo.
Así pues, ciencia y filosofía están llamadas a complementarse para evitar los reduccionismos que simplifican la complejidad de lo real. Su ineludible diálogo tuvo un momento privilegiado el 6 de abril de 1922, cuando Einstein presentó su novedosa teoría de la relatividad en la Sociedad de filosofía de París y generó en Bergson la necesidad no tanto de refutar la teoría física, sino de responder a los retos metafísicos que planteaba, ya que una comprensión parcial de categorías como la duración y la simultaneidad comprometían otras decisivas como la libertad y la responsabilidad humanas.