El Perú de la segunda mitad del siglo XX es el horizonte en el que se
desenvuelven cuarenta años de la vida de Don Ignacio monseñor Ignacio
María de Orbegozo y Goicoechea al servicio de Dios, de la Iglesia
y de las almas. El relato de su personalidad carismática ha trascendido
dentro de la Iglesia por ser un adelantado de la segunda evangelización,
haciendo un puente de siglos con la primera, realizada por santo Toribio
de Mogrovejo.
Su itinerario es inédito, por ser la aventura de un médico cirujano español
vasco, para más señas que, por las cordilleras andinas y por los
valles costeños del Perú, se convirtió en el prelado primero y el obispo
después que predicaba la palabra de Dios, administraba los sacramentos
y gobernaba la parcela que le había sido encargada por Roma.
Desplegaba su figura por igual entre poderosos e indigentes, con el
mismo cariño humano y visión sobrenatural con que lo había hecho durante
su juventud en su patria. Fue un gran admirador y fiel discípulo de
san Josemaría Escrivá de Balaguer, que cambió el destino de su vida.
Con Don Ignacio se inicia una fructífera presencia de la Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz, sociedad intrínsecamente vinculada al Opus
Dei, en su segunda patria. Sirvió a los romanos pontífices, desde Pío XII
hasta san Juan Pablo II, y participó en las cuatro sesiones del Concilio
Ecuménico Vaticano II.