Desde el comienzo de la pandemia ocasionada por la enfermedad COVID-19 hemos vivido unos meses en los que el sufrimiento, la muerte, el dolor, la oscuridad han estado presentes entre nosotros, pero también se hicieron presentes de una manera admirable la esperanza, la fraternidad, el diálogo, la ayuda mutua, la defensa de la vida, la búsqueda del bien para todos, el aliento de los unos para con los otros. El confinamiento y la enfermedad me hicieron ver y descubrir los sustantivos que deben sostener nuestras vidas: hijos y hermanos. Porque no se trata de sálvese quien pueda; se trata de algo muy diferente: la humanidad tiene un reto.Todo ello me llevó a comenzar a escribir una serie de cartas a todos los cristianos y hombres y mujeres de buena voluntad que quisieran regresar al pueblo con alegría. Y es que, cuando hemos visto al Señor, regresamos con alegría, es decir, vivimos la entrega, la solidaridad, el empeño por construir la fraternidad, la búsqueda de salidas para todos, especialmente para los que más están padeciendo las consecuencias de la pandemia: ancianos, enfermos, emigrantes, quienes se quedan sin trabajo. Todo lo que aquí está escrito (cartas, reflexiones, videoconferencias, homilías ) se hizo con la ilusión de que todos juntos sigamos pensando y actuando. Que todo ello sirva para abrir nuevos caminos de esperanza dentro de la llamada que hice a los jóvenes para que ellos realizasen juntos lo que llamé Proyecto para la esperanza, que está ya en marcha.