Pere Casaldáliga llegó a Sao Félix do Araguaia (Mato Grosso, Brasil) en 1968. Tenía cuarenta años y había logrado por fin realizar su sueño: ser misionero. El mundo que halló en la selva del Mato Grosso cambio su vida de manera definitiva. Cuando llegó a Brasil, Casaldáliga era un sacerdote que procedía de una familia tradicional y de derechas, y que se había formado en el ambiente cerrado de la España franquista.