El relato de Emaús (Lc 24) ha de ser siempre el referente de los seguidores de
Jesús: Los creyentes nos vemos reflejados en aquellos dos hombres
atenazados por la incertidumbre y las dudas, pero que en el camino se produce
su conversión pascual porque vuelven a encontrar la fuente de donde brota la
alegría y la esperanza, y, la fracción del pan (eucaristía) transfigura sus ojos de
modo que pueden reconocer al Jesús viviente en medio de ellos. El
reencuentro con el Resucitado les otorga nuevo aliento, les hace ponerse de
nuevo en camino, con júbilo y con prisa, para contar lo que ha sucedido, para
celebrar con los otros, para dar solidez a la comunidad eclesial. Así entran en el
corazón de una Iglesia en misión. Uno de los nombres con los que
denominamos la eucaristía es el de misa, indicando el envío a llevar adelante
la misión eclesial en la vida, pues la eucaristía ha de ser principio y proyecto
de misión. Por ello, la evangelización ha de vivirse con entrañas eucarísticas
(cf. Evangelii Gaudium 12s).