Consolar al triste, quinta de las obras de misericordia espirituales, ha de partir, ante todo, del amor, y debe hacerse desde la sintonía cordial con el que sufre.
El consuelo llega a partir de una experiencia de Dios que reclama abandonarse en Él; no es ausencia de dolor, sino capacidad para superarlo sin derrumbarse.
Los humanos somos una comunidad de heridos. Las heridas de Jesús "nos han curado". También nosotros podemos curar a otros a pesar de nuestras heridas siempre que las sobrellevemos con la paz del corazón, con espíritu de perdón y con esperanza.