El torrente de amor misericordioso con el que Dios había desbordado el corazón de Teresa no la sumió en un intimismo egoísta y estéril. Al contrario, frente a un mundo que "estase ardiendo", urgía compartir el valioso tesoro que Dios había depositado en ella. Y a pesar de las limitaciones con que la sociedad la castigaba, por ser mujer y judeoconversa, teresa se empeñó en "hacer eso poquito que era en mí" para transformar la realidad.