Ser cristiano equivale a vivir en permanente estado de conversión. Vale por ello la pena resaltar las dimensiones principales de esta actitud esencial de la existencia cristiana personal y comunitaria. La primera parte de este libro se propone desgranar tales dimensiones. Al hablar de la conversión cristiana es absolutamente central afirmar que convertirse en cristiano es convertirse al Dios de Jesucristo. Pero precisamente porque el término y el agente principal de nuestra conversión es Dios Padre, que es ante todo "misericordia entrañable" (Lc 1,78), esta conversión reclama, en primer lugar, acoger y transmitir la misericordia de Dios que transparece en Jesucristo y es arraigada en nosotros por su Espíritu (Segunda parte). No existe conversión al Dios revelado en Jesucristo sin una adhesión confiada a él, es decir, sin una esperanza puesta incondicionalmente en su amor misericordioso que acompaña toda nuestra vida (Tercera parte). Misericordia y fidelidad son los dos rasgos centrales del Dios que nos muestra su rostro ya en el Antiguo Testamento y acaba de revelárnoslo insuperablemente en Jesucristo, su Hijo (Cuarta parte).