El ser humano está abierto a un horizonte de plenitud que por sí mismo no puede saciar. Eso hace que el hombre, en palabras del autor, sea un ser desproporcionado, poseedor de un corazón inquieto, siempre insatisfecho, permanentemente abierto a ese horizonte de abundancia. El autor nos propone releer las huellas de tal desproporción en nosotros como cinco auténticos preludios para la fe: el deseo, la historia, el sentido, el rostro y el exceso. Para ello entrelaza teología, filosofía, literatura y cine, intentando evocar en el lector la presencia ineludible del misterio.