Julio de 2012: después de un año y medio de feroz guerra en Siria, el país está destrozado; la mitad de Alepo, segunda ciudad de Siria y capital económica, está invadida por los rebeldes, provocando el desplazamiento de cientos de millares de personas y el éxodo de otros tantos. Los autores Nabil Antaki y Georges Sabé, los dos de Alepo, deciden permanecer en la ciudad, y durante los siguientes años de guerra, escriben de forma más o menos regular, unas cartas dirigidas a sus amigos. En estas Cartas de Alepo, bosquejan un cuadro de la situación y relatan los sufrimientos de los desplazados, la miseria de los pobres, la angustia de los habitantes y la atrocidad de la guerra; también describen su respuesta a estos dramas: a través de la compasión, el acompañamiento, la solidaridad y el don de sí mismos a través de su asociación los «Maristas Azules».
Este libro quiere ser un testimonio de solidaridad, un acto de fe, un mensaje de esperanza y un himno de amor.
Permanecer
¡Hemos escogido decir «no» a la guerra! ¡«No» a la violencia! ¡«No» a la muerte!
Crees que vas a leer un libro rebosante de humanidad ante la tragedia y siria y, conforme avanzas en la lectura, descubres un corazón podrido. Sí hay relatos estremecedores, pero en la página 161 te suelta que «Todos los sirios anhelan la paz y añoran la época, no tan lejana, en que vivían de forma pacífica en un país estable, seguro, próspero y laico que respetaba a todos sus ciudadanos, con independencia de su origen étnico o su pertenencia religiosa»!? Cosa que te vuelve a repetir en la página 235. Ataca a los medios occidentales que «solo abren su bocaza para criticar al ejército sirio» (pg 242), habla de «propaganda mediática occidental» y los tacha de «sesgados» y «maniqueos». Mantiene que «solo puede lograrse una solución política manteniendo al presidente, que cuenta con el amplio apoyo de la población…» (pg 275). En fin, que el libro, en vez de «Cartas de Alepo», se podría haber titulado: «Bashar: desde Alepo con amor». Ni una palabra de la represión sangrienta de la Primavera Árabe. Ni una palabra de todos los torturados y desaparecidos durante el mandato suyo y de su padre. Ni una palabra de la policía política, la «mukhabarat» o la represiva y despiadada policía política siria. Ni una palabra de la terrible corrupción que atraviesa todos el tejido social y económico del país. Ni una palabra de uno de los regímenes más sangrientos del planeta que ya lleva instaurado medio siglo en aquella desdichada república. Si quieres asomarte un poco a la realidad del «hombre sirio» puedes leer antes «El caparazón», de Mustafa Khalifa y el libro del periodista Sam Daguer, «Assad o quemamos el país» (solo disponible hasta la fecha en inglés). Si lees después estás cartas de Alepo, descubrirás que, bajo la égida del trabajo pío y solidario de estos «siervos de Dios», late el servicio a la causa de los Assad, sangrientos amos de ese rincón del mundo. ¿Ejercicio de supervivencia? ¿Espera de prebendas? ¿Marketing adrede en apoyo del dictador? Eso habría que preguntárselo a los autores.
Crees que vas a leer un libro rebosante de humanidad ante la tragedia y siria y, conforme avanzas en la lectura, descubres un corazón podrido. Sí hay relatos estremecedores, pero en la página 161 te suelta que «Todos los sirios anhelan la paz y añoran la época, no tan lejana, en que vivían de forma pacífica en un país estable, seguro, próspero y laico que respetaba a todos sus ciudadanos, con independencia de su origen étnico o su pertenencia religiosa»!? Cosa que te vuelve a repetir en la página 235. Ataca a los medios occidentales que «solo abren su bocaza para criticar al ejército sirio» (pg 242), habla de «propaganda mediática occidental» y los tacha de «sesgados» y «maniqueos». Mantiene que «solo puede lograrse una solución política manteniendo al presidente, que cuenta con el amplio apoyo de la población…» (pg 275). En fin, que el libro, en vez de «Cartas de Alepo», se podría haber titulado: «Bashar: desde Alepo con amor». Ni una palabra de la represión sangrienta de la Primavera Árabe. Ni una palabra de todos los torturados y desaparecidos durante el mandato suyo y de su padre. Ni una palabra de la policía política, la «mukhabarat» o la represiva y despiadada policía política siria. Ni una palabra de la terrible corrupción que atraviesa todos el tejido social y económico del país. Ni una palabra de uno de los regímenes más sangrientos del planeta que ya lleva instaurado medio siglo en aquella desdichada república. Si quieres asomarte un poco a la realidad del «hombre sirio» puedes leer antes «El caparazón», de Mustafa Khalifa y el libro del periodista Sam Daguer, «Assad o quemamos el país» (solo disponible hasta la fecha en inglés). Si lees después estás cartas de Alepo, descubrirás que, bajo la égida del trabajo pío y solidario de estos «siervos de Dios», late el servicio a la causa de los Assad, sangrientos amos de ese rincón del mundo. ¿Ejercicio de supervivencia? ¿Espera de prebendas? ¿Marketing adrede en apoyo del dictador? Eso habría que preguntárselo a los autores.