Capitán Fracasa es la novela inmediatamente anterior a la exitosa Otto Pette que dio un vuelco a la novelística de Anjel Lertxundi. Se desarrolla en una zona fronteriza entre Francia e Italia durante los años 60 del pasado siglo; Marsella, Antibes, Ivrea o Ventimiglia, ese tipo de lugares cercanos a la frontera propicios para negocios oscuros y relaciones ambiguas.
La novela arranca con dos imágenes: el símbolo Omega en la rúbrica de un pasaporte y dos aves atacándose a picotazos en el cielo, imagen ésta que parece investida con la fuerza de una profecía. El receptor del mensaje inquietante que augura el pasaporte es un individuo caído en desgracia dentro del entorno mafioso que ha frecuentado, y que se oculta tras varios nombres ficticios: Marcel, Cerdán, Osorio
Pero, ¿quién lo envía? ¿Quién se esconde tras el signo Omega?
Los héroes más entrañables de la novela moderna han sido personajes corrientes, complejos y ambiguos. Su heroicidad se reduce a inventariar una a una las experiencias que emergen gracias a la inmersión azarosa en una memoria vapuleada. Nos resulta intolerable una vida sin orden ni sentido: es indispensable su rescate con la ayuda de la ficción.
Más aún (si cabe), como ocurre en esta novela, cuando ni siquiera el narrador conoce las razones de su infortunio. No obstante, cuando se le ofrece ese pasaporte cuya procedencia desconoce, cuenta ya con una certeza, sabe que no hay escapatoria posible. En adelante, no le quedará sino el angustioso balance de sus recuerdos. Su objetivo ya no será huir, sino procurar que la muerte no se convierta en simple ceremonia de la nada.
Esta es la miserable heroicidad a la que se condena al protagonista de esta novela. El ajuste de cuentas consigo mismo supondría quizás una humilde victoria, no más que una dudosa redención. Iñaki Aldekoa