Yo insinúo únicamente una trayectoria. El ideal sería atraer a todos a la
ocupación más simple entre discípulos de Cristo: a estarse como María a los
pies del Maestro, sin hacer más que oír sus palabras. Tratemos al menos de
llevarlas adonde le puedan sentir. A solas con el Señor. A un silencio,
incompatible con el ruido del mundo. Hacer silencio en el mundo, sería
hermosa consigna para los amigos de Betania. Mejor consigna aún, hacer
silencio en el alma, dentro de sí.
Sólo hay un Maestro que dijo y se hizo. Uno solo cuya Palabra fue eficaz y
creadora. Más, santificadora. Las mismas cosas qué había hecho, en cuanto
Sabiduría personal del Padre, durante el silencio de los siglos, eran dignas
de Dios. Es la labor misteriosa del Verbo interno del Padre planeando los
caminos de la creación y del amor.
Y no nos cansemos nunca de hacer silencio al Verbo escondido del Padre,
creándole, mediante una vida totalmente ajena a carne y a sentidos, una
atmósfera delicada y silenciosa en que continúe gustoso el diálogo
admirable y único que sostiene con el Padre y con los suyos.